lunes, 31 de agosto de 2009

El hombre bombo. Martín Ale


El bombo del Tula pasa los días y las noches en una habitación oscura, junto a dos colegas ya retirados, diarios y revistas viejas, un par de pingüinos embalsamados, una miniatura de Tutankamón y fotos, centenares de fotos. Tiene los parches gastados y le duelen las clavijas: el paso del tiempo, los miles de kilómetros recorridos, los palos recibidos. Las caras de Perón y Evita pintadas sobre el celeste y blanco de la armazón, calcomanías de un lado y la leyenda “Alemania 74 – Alemania 2006” del otro. El bombo del Tula sale poco; algún actito por allá, un homenaje por acá. Eso sí: cuando sale no hay bombo que le haga sombra. Su latido atronador mete miedo. Apoyado sobre una cómoda en una habitación oscura, rodeado de recuerdos, el bombo de Tula es una pieza de museo. Un objeto más del museo improvisado que el Tula tiene en su departamento de Lomas de Zamora.

-¡Positivo! –saluda el Tula y abre la puerta de un edificio de los que se hacían antes, una mole con puertas grandes y pesadas, a tres cuadras de la estación de trenes de Lomas. El cuatro ambientes que el Tula compró con un crédito del Hipotecario hace treinta años está en penumbras. La ropa desordenada sobre un sillón, una mesa con mantel de hule, un aparador con copas de las que se usan para brindar en Navidad.
-Mirá esto, positivo –dice el Tula.
De una de las paredes cuelga un bombo que no es cualquier bombo. Tula tira de una manijita y se abre la cara redonda del bombo: en su interior, iluminado por una luz roja, se ven dos estantes con botellas de whisky, ginebra y vino.
-El bombo-bar, positivo. En los ’70 los mandaba a hacer y los vendía. Con eso iba tirando.
La voz del Tula raspa. El pelo revuelto, la nariz larga y torcida, la camisa violeta prendida por el penúltimo botón. Y encima toca el bombo. Carlos Pascual Tula, el bombista más famoso de la Argentina. Del mundo, positivo, dice él. Del ’70 para acá le puso bum bum bum a las campañas y actos de Cámpora, Perón, Isabel, Luder, Cafiero, Menem y Duhalde. Nunca para los Kirchner, negativo. Me corrieron, no me pueden ver, me pusieron el rótulo de “menemista”. Los últimos manguerazos fueron para el peronismo disidente. Pero fueron pocos. Pasa más tiempo en el museo que en la calle. Hasta que un día, más pronto que tarde, no va a salir más. Y Tula lo sabe.
-Yo quiero que vuelva la mística, positivo. El bombo, la marchita, la militancia. Pero cambió la mano, negativo. Ahora es todo marketin, televisión. No hay militancia, es todo negocio –Tula lanza una carcajada y después hace el gesto de cerrarse la boca con una cremallera, como diciendo “donde se come, no se caga”.

Las paredes del museo del Tula, un ambiente de siete por tres, están tapizadas de fotos: Tula con presidentes, gobernadores, intendentes, sindicalistas, bailanteros, vedettes, futbolistas, boxeadores, actores. En otras se ve al Tula tocando el bombo en manifestaciones, en estadios, en calles de Alemania, Japón, Italia, Francia, México, en la estatua de la Libertad, en el Partenón, en Jerusalén, en el Vaticano.
-El primero de enero del 2000 le toqué el bombo al Papa en la Plaza de San Pedro. Toqué despacio, positivo, porque había mucha gente rezando.
El Tula guarda todo: de cada lugar donde estuvo tiene una foto y una calcomanía pegada en el bombo. Cada entrevista, cada nota, cada caricatura que se publica la recorta y la amontona. De cada campaña conserva algo: un cenicero de Luder 83, lapiceras y prendedores de Menem 89, gorras de Duhalde 99. Tula atesora dos bombos: el que llevó al mundial de Alemania 74 y el que usó para la campaña en la que un candidato prometía salariazo y revolución productiva. Los pingüinos embalsamados no son metáfora de nada; son un regalo de un gobernador fueguino en los ’80. También hay dos mochilas color caqui con las costuras deshilachadas: con una recorrió el país en el 74 para que los gobernadores le firmaran una bandera que pensaba izar en las Malvinas. Todos le firmaron pero el Tula nunca pudo llegar a las islas. La otra mochila es la que usó para viajar a Madrid a conocer a Perón
-Me voy a Madrid a ver a Perón –anunció el Tula, los ojos clavados en la cámara del canal 5 de Rosario. Terminaba julio de 1971, el General vivía su exilio español y el Tula era un personaje famoso que había cruzado las fronteras de Rosario cuando unos meses antes Pipo Mancera lo llevó a sus “Sábados circulares”. Está la foto en la pared: el Tula flaco, alto, con un bombo colgando y un pedazo de manguera en la mano y Pipo al lado, de impecables traje y peinado.
El Tula quería conocer personalmente a Perón y regalarle el bombo.
-Por eso le pido a todos los rosarinos, a los amigos, a los peronistas, a los jugadores y a los hinchas de Central que me firmen este bombo a cambio de unos pesos para poder viajar. Este bombo –el Tula enseñaba a la cámara un bombo tipo murga- se lo voy a dar a Perón y tu nombre puede estar acá.
En septiembre del ’71 el Tula zarpó en un buque rumbo a Madrid. Llevaba una mochila color caqui, la misma que ahora guarda en su museo, y un bolso grande, negro, de cuero, con el bombo firmado por sindicalistas de la UOM, el plantel de Rosario Central y la barrabrava canalla.
El 17 de octubre, día de la Lealtad, el Tula llegó al barrio Puerta de Hierro. Una cuadra antes de la residencia donde paraba el General, hizo tronar el bombo. Los policías lo pararon. “Soy argentino y le vengo a regalar el bombo a Perón”, dijo Tula, que no paraba de pegarle al parche. Ante el escándalo, los guardias hablaron a la casa.
-Salió el Brujo López Rega y me hizo pasar. Cuando entro a la casa veo a Perón y a Rucci, que ya me conocía. Se me aflojaron las piernas, positivo, y me quedé duro como un boludo, no podía caminar. Rucci entonces le dice a Perón: “General, este compañero se vino desde Argentina para regalarle el bombo”. Y Perón me estira la mano y me dice: “Yo tenía menta suya m’hijo”. ¡Dijo “menta”, una palabra gauchesca que no la usaba nadie, positivo! Había otros sindicalistas, mucha gente. Almorzamos. Perón preguntaba por Argentina, los otros le contaban. Yo paraba la oreja. Después de comer le di mi bombo y Perón me regaló un bombo alemán, positivo.
Está la foto en la pared: el Tula, pantalón claro, pelo corto y el bombo lleno de firmas. Perón le pasa un brazo por el hombro.
Un año le duró el bombo alemán: se lo robaron en octubre del ’72, cuando la policía reprimió un acto del peronismo porteño. Escapando de las balas y los gases, Tula le dejó el bombo a una vecina. Al día siguiente lo fue a buscar y nadie sabía nada del bombo alemán.
La próxima vez que el Tula pudo ver a Perón fue en el Congreso de la Nación, cuando al General llevaban dos días velándolo. El Tula estaba en el Mundial de Alemania y vio que en el predio donde paraba la selección argentina la bandera flameaba a media asta. Tula, se murió Perón, le dijo un barra de Vélez. Tula habló con el cónsul, con el embajador, tengo que estar ya en Argentina, positivo. Me consiguieron pasaje hasta Madrid. Ahí tenía que bajarme pero negativo, no me bajé. Me metí en el baño del avión y cuando me asomo veo a varios peronistas, como Jorge Antonio, así que me quedé con ellos y viajé en el asiento de una azafata.
Está la foto en la pared: seis dirigentes sindicales rodean el ataúd destapado de Perón. Entre ellos, el Tula mira fijo los ojos cerrados del General.

En el departamento de Lomas de Zamora duermen los bombos y Lidia, la ex mujer del Tula. Entre 1976 y 1980 el matrimonio Duhalde comía las empanadas que Lidia cocinaba. Eduardo y Chiche vivían en el décimo piso del mismo edificio. Pura casualidad, dice el Tula. Duhalde, que hasta el 24 de marzo del ’76 era intendente de Lomas, le consiguió un trabajito en la pileta del club Banfield. Chiche, que administraba el consorcio del edificio, lo ubicó como “ayudante de encargado”. El Tula había quedado cesante de su puesto de “ordenanza categoría 10” que tenía en el bloque justicialista del Senado de la Nación. Tenía una hija y necesitaba parar la olla.
Hoy ni los Duhalde ni Tula viven en el edificio. El ex presidente y su señora habitan un caserón en Banfield; el Tula, un dos ambientes en el microcentro porteño, propiedad de una “amiga”, una joven abogada treinta años menor que conoció en el mundial de Japón 2002. El depto queda en la nueva peatonal Reconquista. Por allí camina el Tula, con su renguera a cuestas. Quedó rengo hace una pila de años. Había viajado a Buenos Aires a ver jugar a Central y regresaba a Rosario en tren. Viajaba en el techo de un vagón y se reventó la gamba contra un puente. Los oficinistas apurados lo miran; algunos lo conocen y cuchichean al verlo pasar.
-Me saludan, me tratan bien, positivo, una locura, ando muy bien con la gente y bien con los sectores de mucha plata, positivo. ¡No sabés cómo me saludan los gorilas! Mido muy bien en ese sector.
El mozo le palmea el hombro. Le trae lo de siempre, le pregunta por Central. El bar huele a café quemado, el Tula huele a jabón. Es mediodía y se despertó hace un rato.
-Yo estuve en todos lados, positivo. Con Perón, en el regreso de Perón, cuando ganó el Tío, hice todas las campañas, positivo. Y fui a todos los mundiales, desde el ’74 para acá. Menos al de Estados Unidos porque me negaron la visa, negativo.
Positivo, positivo, negativo. Cuando saluda, atiende el celular, devuelve un grito en la calle, cuenta una anécdota. En todo momento el Tula mete un positivo o negativo.
-En una época se decía así, “cómo andás, positivo”. Nada que ver con la policía. Es un invento mío, eh. Igual que decir “cómo andás, loco”, esa también la inventé yo.
Hay más creaciones:
-Yo le puse “Tío” a Cámpora y en el ’80 canté por primera vez el cantito “Seguí luchando, Saúl (Ubaldini) seguí luchando, seguí luchando que te vamos a apoyar”. Todo invento mío, positivo.
Las manos del Tula lucen tres anillos que bien pueden resumir la historia del peronismo: uno con la cara de Evita en dorado representa la etapa dorada del justicialismo, la del 45-55. Un segundo anillo de alpaca tiene las letras P y V, de Perón Vuelve, símbolo de la Resistencia; y el tercero es una cabeza de cacique indio o dios africano –Tula no recuerda bien- con una corona de plumas y los ojos de color rojo, que bien puede representar al menemismo.
Tula no necesita que ningún especialista venga a hablarle del nuevo marketing político, la telepolítica o las campañas electorales 2.0. Sabe que la cosa cambió. Tal vez por eso, a los 68 años, decidió que era el momento de contar lo vivido: el año que viene publicará su biografía, que se titulará, claro, “Positivo”.

En la casa de los Tula, como en tantas, el peronismo dividía las aguas. Su padre trabajaba en Obras Sanitarias y era radical yrigoyenista.
-Perón, un corrupto. Y su mujer, una puta –adoctrinaba el padre a Carlitos. La madre era peronista pero tenía prohibido manifestar adhesión al “régimen”.
Cuando Carlitos tenía 10 años fue con su mamá a ver a Evita, que por unas horas visitaba Rosario. Carlitos alcanzó a acariciar la mano de la mujer del General y le dio una carta con un pedido. A los tres meses, un camión del correo bajaba en la casa de los Tula una bicicleta enviada por la Fundación Eva Perón.
-Mi viejo era jodido, no se puso el luto cuando murió Evita, negativo. Y cuando vino la Revolución Libertadora él estaba contento, hasta se fue a Buenos Aires a darle la mano a Rojas. A mí no me importó, yo me hice peronista igual, positivo, tenía mi piecita llena de fotos de Perón y Evita y cuando yo me iba mi viejo me arrancaba todo.
El 17 de octubre de 1952 Tula hijo, que tenía once años, se escapó de su casa y viajó con los muchachos de la UOM Rosario a un acto en la Plaza de Mayo. Caminaba entre obreros y pancartas cuando se sintió atraído por un ruido potente que hacía bum, bum, bum, como el latido amplificado de un corazón. Buscó de dónde venía esa música maravillosa y vio a un tipo que le pegaba con un pedazo de manguera a un bombo gigante. El bombista acompañaba a los que cantaban la marchita cuando sintió que un pibe flaco y ruliento le hacía señas. Le prestó la manguera y el Tula tuvo su bautismo de fuego.
-Fueron un par de golpecitos, positivo, pero quedé maravillado. Bum bum hacía y la gente siempre seguía al del bombo. Me di cuenta que quería eso, tocar, tocar y que la gente me siguiera, positivo.
Cuando volvió a Buenos Aires, el Tula, que ya paraba con la hinchada de Rosario Central, tuvo una idea: llevar un bombo a la cancha. Recolectó unos pesos entre los hinchas y se compró el primer bombo, grande, pesado, con las lonjas bien tirantes. Los días que Central era local, Tula salía de su casa tocando el bombo y a las pocas cuadras los hinchas lo empezaban a seguir, diez, veinte, cincuenta; al llegar al estadio, eran un par de centenares.
-Yo entraba y cantaba: “Yo te daré, te daré patria hermosa, te daré una cosa, una cosa que empieza con P…Perón” y todos cantaban, positivo. Después cuando con la barra, antes de empezar cada partido cantábamos la marchita. Lo hicimos desde el ’55 al ’76, era nuestra manera de hacer la resistencia.
Tula también le ponía bombo a los actos sindicales; primero en Rosario, después en Buenos Aires. Así conoció a pesos pesados como Rucci o Lorenzo Miguel. Contactos de esa clase le permitieron conseguir un puestito como ordenanza en el Senado de la Nación. El Tula y su bombo ya eran famosos. Viajaba por el país haciendo campaña para Cámpora primero y Perón-Perón después. El 22 de marzo de 1976 el Tula tocó el bombo en la Plaza de Mayo para bancar a Isabel. La noche siguiente dormitaba con la radio prendida cuando a las tres y veintiuno escuchó al locutor, grave, por la cadena nacional: “Comunicado número uno…”.
Era el momento de guardarse. Lo que era difícil de esconder era el bombo: en ese entonces el Tula llevaba a los actos un bombo de dos metros de diámetro con la palabra “Perón” de un lado e “Isabel”, del otro. Nunca más lo volvió a ver.

Poco trabajo tuvo el Tula en la campaña. Los Kirchner no lo quieren y el Properonismo desperonizó su campaña. La excepción fue un acto en un centro de jubilados de Lomas de Zamora. Lo organizó el yerno de Duhalde, candidato a diputado, para que su suegra Chiche apoyara a la candidata a diputada de Claudia Rucci, hija de José Ignacio, el asesinado líder sindical amigo del Tula.
El salón es modesto. En la mesa cabecera unos vasos de plástico esperan por los actores principales. De fondo un cartel amarillo de Unión-Pro con los nombres de los candidatos, custodiado por las cabezas gigantes de Perón y Evita en tres cuartos perfil. En el salón hay un puñado de militantes de la zona, un puñado de sindicalistas, un puñado de seguidoras de Chiche y dos hombres que llaman la atención. Uno viste traje oscuro, se peina a la gomina y está acompañado por dos guitarristas. El otro tiene el pelo revuelto y no para de pegarle a un bombo. Los dos serán protagonistas del momento máximo de la liturgia peronista: la marchita; el Padrenuestro del peronismo, versos que como la oración cristiana nadie cumple y todos proclaman. Hugo del Carril hijo y el Tula, voz y bombo de la Marcha Peronista que en un rato será cantada y seguida con palmas.
Cuando los candidatos entran al salón, el Tula les camina un par de pasos detrás castigando al bombo. Las oradoras –Chiche y Rucci- se sientan en la mesa y el Tula se para a un costado. Cada vez que el público aplaude, el Tula acompaña con seis o siete manguerazos. En realidad ya no usa pedazos de manguera: ahora le pega al bombo con un palito que en su punta tiene un pedazo de cuero. El público aplaude cuando escucha frases como “Los K no son peronistas” o “Tenemos que volver al país de la justicia social”. Claudia Rucci se acuerda de la marchita:
-¡Kirchner nos mandó a que nos metamos la marchita en el culo!
Ovación. El Tula castiga el parche como nunca en la tarde, con repeticiones de golpes que suenan como cañonazos. Hay abrazos entre los candidatos, más aplausos. Se acerca el clímax, se viene el estallido. Hugo del Carril hijo sube a la tarima con sus guitarristas y arranca con voz potente:
-Los muchachóoo…
El Tula pega y pega en el bombo. En cada golpe su brazo sube hasta la altura de la cabeza y baja con violencia. Su técnica es fácil de aprender: pega en la sílaba acentuada de cada palabra, y si es un monosílabo pega siempre.
Muchos de los peronistas que corean la marchita en el centro de jubilados lomense no saben la letra, o conocen los versos pero no el orden en el hay que cantarlos. Saben que en alguna parte dice “Imitemos el ejemplo” pero no recuerdan si luego viene “De ese varón argentino” o “Por los principios sociales”. Chiche Duhalde, Claudia Rucci y Hugo del Carril hijo la saben de memoria. Tula también. La canta a puro grito, con las venas hinchadas y las “o” interminables.

Llega fin de mes y al Tula no le queda ni un centavo de los seiscientos pesos que cobra como pensión por los años que trabajó en el Senado. Su hija y algunos sindicalistas le dan una mano. Menem le prestó la Quinta de Olivos para bautizar a su primer nieto, lo nombró en algunos discursos cuando escuchaba sonar el bombo, pero de pasta ni hablar, negativo.
-Yo no soy de la primera hora porque jugué para Cafiero en la interna del ’87. Me quiere Cafiero, él me pidió que agregue trompetas y ahí armé una banda como de diez personas. Después, sí, trabajé para Menem, positivo. Pero no soy menemista, soy peronista. Estos me proscribieron. ¡Los Kirchner, quiénes van a ser! Es menemista, dicen. ¡Pero yo soy peronista! A mí qué me importa el menemismo, el kirchnerismo y todo eso, soy peronista y apoyo a los candidatos del partido. Estos nunca me dieron cabida en ningún acto. Quise ir con el bombo pero ne-ga-ti-vo. Decían que yo no les convenía. Son giles. Yo soy peronista, estoy con el pueblo, positivo. Sí, hablé una vez con Kirchner, que me derivó a Parrilli y todavía estoy esperando que me llamen. Pero cuando me di cuenta que no nombraban a Perón, no cantaban la marcha, ya no quise estar con ellos, me puse en contra. Ellos engancharon a los que no son peronistas para eliminar al peronismo o tener más votos y les fue mal con eso, y ahora cantan la marcha.¡¿Por qué no la cantaban antes?! El peronismo es un sentimiento, lo llevo acá, positivo. Peronismo es justicia social para los trabajadores, el resto es verso. ¿Menem? Hizo cosas buenas y malas. Buscó la paz con todos, pero hizo un montón de macanas. La pifió cuando se abrazó con Rojas, no, con ese no, negativo, ese volteó a Perón. Pero el Turco terminó con el antiperonismo. ¿Será por eso que los gorilas me saludan?

Pasó la campaña, pasaron las elecciones. A las seis de la tarde del domingo 28, cuando las radios aseguraban que en Santa Fe el socialismo le ganaba al peronismo de Reutemann, el Tula llamó a su hermano. Son bolazos, venite que ganamos. Ya salgo, positivo. Y el Tula salió para Santa Fe, la provincia que lo vio debutar con el bombo en la cancha de Central y en los actos de la UOM, cuando gritar “Viva Perón” se pagaba hasta con la cárcel. A la noche las bocas de urna capotaron. Festejó el piloto y gozó el Tula haciendo bum bum bum.
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